MUERTE DE LA MADRE DE SIMÓN BOLÍVAR
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Fue en el año de 1.792, comenzó para nuestro Libertador una época
enmarcada dentro de la gran tristeza, contraponiendose a la infancia alegre y
risueña. Las dos hermanas del Libertador
contrajeron matrimonio tempranamente, la
negra Hipólita, su nodriza se marchó de
su lado, se presume que se fue a vivir con su hermana mayor: María Antonia.
El afectuoso Tío Esteban se marchó
a Madrid. El abuelo Don Feliciano murió en 1.793, y con esta muerte, muere para
nuestro libertador el último refugio de cariño domestico que le quedaba ya que
incluso su hermano Juan Vicente, se fue a vivir con su tutor Don Juan Félix
Palacios y Blanco.
Quedo nuestro Libertador, próximo
a cumplir los nueve años, solo, no contaba a tan corta edad, de una mano
afectuosa, o consejo oportuno que lo reconfortara en momentos de angustia, el
quedo prácticamente al cuido de la servidumbre, confiado a la desdeñosa vigilancia
de su tío Don Carlos Palacios y Blanco, hombre solterón, apático e indiferente para con su sobrino,
quien se ausentaba largas temporadas de Caracas, pues se iba a dirigir las
actividades agrícolas de las haciendas de la familia, y el tutor Don Esteban, su padrino.
El pidió irse a España con el
resto de su familia, pero en ese momento las travesías entre los países no eran
seguras, pues España estaba en guerra con Inglaterra, además Don Esteban (su
padrino) carecía de la holgura económica
para ese entonces y no tenía casa en España.
Rodeado de tanta indiferencia
afectiva, en el año de 1795 tomo la decisión de irse de la casa de su indiferente tío, y se fue a casa
de su hermana María Antonia, quien era una joven casada con otro joven Don Pablo Clemente y
Francia, tal acontecimiento dio origen a un sonado pleito judicial ventilado
por un lado, entre Don Carlos como tutor del niño y por el otro lado con los Bolívar
y Clemente, quienes deseaban cuidar al
niño con más esmero y dedicación. Hubo acusaciones hirientes de lado y lado,
eso cursa en el expediente que se llevó en el caso por ante la Real Audiencia
de Caracas, y al final, Don Carlos manifestó la intención de colocar a Don Simón
en calidad de interno en casa del para entonces connotado maestro, dedicado a
la enseñanza, probo, digno y muy
respetado, Don Simón Rodríguez, y así fue que el tío Don Carlos, gano el
juicio. El tribunal sentenció a favor del tío con esa condición, además que la
ley lo favorecía por su condición de tutor, y con respecto a su hermana mayor a
pesar de la cercanía y su parentesco, el tribunal no los considero aptos para
ejercer la guardia y custodia del menor, pues los considero además demasiado jóvenes y sin experiencia
para el cuido del menor.
Obtenida la decisión, Bolívar se
negó a irse con su tío Don Carlos, dada
la frialdad en la que vivía en esa casa, y la pesadez del ambiente, donde no
tenía la más mínima muestra de cariño y distracción, y entonces el propio niño
manifestó (palabras mas palabras menos) ante el tribunal que: “LOS
MAGISTRADOS NO PODÍAN OBLIGARME A VIVIR EN CASA DE MI TUTOR, QUE LOS TRIBUNALES DISPONGAN DE MIS BIENES COMO CONSIDEREN, Y HAGAN CON ELLOS LO QUE QUIERAN PERO SOBRE MI PERSONA NO PUEDEN DECIDIR, LOS ESCLAVOS PUEDEN DECIDIR A QUÉ AMO
SERVIR, PERO A MI NO SE ME PUEDE NEGAR EL DERECHO A VIVIR EN LA CASA QUE FUERE DE MI
AGRADO”
Ya demostraba a tan corta edad,
nuestro Libertador, esa claridad de
juicio, y la energía que siempre le acompañaría por el resto de su vida. Allí
ya demostraba a tan corta edad, su desenfado ante las personas mayores, y sus
respuestas de tan impresionante madurez. No obstante, a las nueve de la noche,
Don Carlos haciendo uso de la fuerza, y acompañado de las autoridades, hizo que arrancaran al menor de los brazos de su hermana, y
nuestro Libertador Simón Bolívar a los 9 años, fue llevado obligado al internado
sugerido por Don Carlos. Por supuesto Simón Bolívar escapó de allí, y esto
colocó en aprietos a Don Simón Rodríguez.
El Obispo, lo hizo retornar al internado, y lo entrego al azorado maestro quien
inteligentemente no lo reprendió por la fuga. Pero el tribunal en virtud de lo
acontecido, sacó una decisión de fecha Agosto 14 de 1795, donde conminaba de “manera obligatoria al menor a estudiar, a
recibir las lecciones de parte del maestro Don Simón Rodríguez, quedando
prevenido de no poder salir a ningún sitio sin permiso y compañía del maestro, y que por la vía del recreo, el
maestro podía autorizarlo a ir a una que otra fiesta, o a casa de sus
parientes, recogiéndose al toque de las oraciones” y prácticamente sumieron
a nuestro Libertador en un régimen y
disciplina casi claustral, correspondiendo al maestro rectificar las
costumbres del menor hasta hacerlo un ciudadano distinguido como correspondía a
un miembro su elevada clase social.
Se observa cuan exigente era
la crianza y educación para ese entonces,
y el mencionado documento fue firmado no solamente por los jueces, sino por el
maestro y el pupilo Don Simón Bolívar. Donde Don Simón Rodríguez se comprometía
no solo como maestro, sino como acompañante de Don Simón Bolívar, y fue el quien se encargó de vigilar la
conducta del futuro Libertador de nuestra patria, fue prácticamente el “ayo” de
nuestro Simón Bolívar, quien con su comprensión y tolerancia se supo ganar el afecto y el respeto de ese
niño, y a cambio le ofreció su cariño, tolerancia e inteligencia, y paso a llenar de alguna manera ese vacío que
le dejo en su corazón la muerte de sus padres a tan temprana edad. Comenzó
junto a su maestro, a recorrer la senda del estudio, y la formación
intelectual, durante esos tres años
siguientes de 1795 a 1798, casi no se
tiene información acerca de la vida de Bolívar.
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